26 marzo 2017

El español, lengua resbaladiza

A veces digo que el español es un idioma que me suena mal porque es el único que se me ha impuesto. Bromas aparte, es una lengua literaria, rica, eufónica… y absurda. Esto último no tiene por qué ser perjudicial para la poesía o la ficción —de hecho muy probablemente las favorece—, pero estorba mucho el pensamiento lógico. No creo que la escasez de número y talla de filósofos, matemáticos, científicos e incluso músicos en el mundo hispanoparlante se deba a ninguna carencia genética o medioambiental, por ejemplo; con toda probabilidad se debe a la lengua, que determina la forma de pensar y el orden o el desorden del pensamiento.
Una lengua en la que para emitir el mensaje de que “hay nada” se dice que “no hay nada” tiene un serio problema con la lógica y por tanto limita el pensamiento lógico de sus hablantes. Basta alterar el orden del absurdo “no hay nada” para darse cuenta de la aberración: el resultado del hipérbaton no sería “nada no hay”, sino —supongo que como concesión a la lógica— “nada hay”. Los anglófonos tienen esto muy claro: There is nothing. Hay nada. ¿Qué hay? Nada. Hay nada, no hay algo, no hay cosa alguna.
Lo mismo se puede aplicar al absurdo “no hay nadie” cuando en realidad lo que hay es nadie, nadie hay. There is nobody. ¿Quién hay? Nadie. Hay nadie, no hay alguien, no hay persona alguna.
Otro ejemplo de enunciado insensato en castellano es el manoseado “Más que nunca”. Si algo es más necesario (o más blanco, o más puntiagudo) que nunca no se está diciendo realmente nada (en realidad se está diciendo nada, pero ciñámonos a las normas por poco que nos convenzan). “La democracia está más fuerte que nunca”, se dice, cuando lo que se quiere decir es que está más fuerte que en todos los momentos anteriores y quién sabe si posteriores. Se quiere decir, pues, lo contrario de nunca: siempre. “La democracia está más fuerte que siempre”. Más que siempre, no más que nunca, un disparate sin sentido. Una vez más, los anglófonos y su lengua ordenada nos ilustran: More than ever. Democracy is stronger than ever.
La diferencia entre ser y estar suele resultar incomprensible para la mayoría de los extranjeros, que lógicamente usan un solo verbo para ambos significantes. Una vez más, ahí está el español para complicarles la vida innecesariamente a sus usuarios. Se supone que “ser” es esencial o estático y “estar” existencial o pasajero. Pero ¿qué hay de “estar muerto” o “estar vivo”? Pocas cosas se me ocurren que sean más permanentes, sobre todo la primera. Pero parece que los muertos están, no son. Alguien debería decírselo.
Una de las incongruencias más patentes del español es el papel secundario que le da al Yo, al emisor del mensaje, frente al Ellos. La individualidad se diluye en el magma colectivo. Es una lengua colectivista, no individualista. Diluido el Yo se diluye la responsabilidad. Excepto en el asunto de la culpa, que siempre se entromete para sustituir al fallo. No creo que la influencia de la Iglesia católica, que siempre se hace escribir con mayúscula incluso cuando sólo se hable de “la Iglesia” (en ese caso se entiende que es la católica), resulte ajena a este sesgo de la lengua de nuestros pecados.
Un ejemplo típico es el del verbo gustar. Yo [gusto] Pepita o el chocolate o el fútbol, no es Pepita ni el chocolate ni el fútbol los que me gustan a mí; Pepita no hace nada salvo existir, el chocolate y el fútbol mucho menos; ellos son mis objetos, soy yo el que hace, el que actúa. Pero el Yo pasa a ser objeto, y el sujeto es lo externo a mí. Así suele ser en castellano. Como siempre, los anglos lo resuelven con lógica: I like Pepita.
En cambio, el español convierte algo tan pasivo e involuntario como ser parido en un ejercicio activo: Nacer. Pero no nacemos, nos paren. I was born, you were born, según los ingleses. Vemos, además, cómo incluso en su forma pasiva habitual, el inglés siempre antepone el Yo, y además siempre, significativamente, con mayúscula: I.
Esa forma pasiva es la que hace que Yo me convierta en sujeto incluso cuando [ellos] me hacen algo. Es perfectamente lógico: me lo hacen a mí. A mí, y no a otro. Yo soy, pues, el elemento fundamental de la oración y por tanto debo estar en primer lugar. First things first.
Sin embargo, en español usamos el “Me han dicho [ellos] esto o aquello”. Yo soy el objeto. En inglés, en cambio, I have been told this or that, Yo soy el sujeto; ellos, el objeto.
Supongo que todas las lenguas tienen sus imprecisiones e incoherencias, pero las del español son contrarias a la ciencia exacta, a la lógica y, para colmo, al individuo que enuncia. No parece que una lengua así favorezca el pensamiento ordenado. Bueno para la lírica y la fábula, malo para la física y las matemáticas.
Un ejemplo que tuve ocasión de comprobar con desaliento fue el de una de las primeras traducciones al castellano de la obra del filósofo alemán Max Stirner El Único y su propiedad. La obra se abre, se cierra y se ve recorrida de manera recurrente por la frase de Goethe “Ich hab' mein' Sach' auf Nichts gestellt” (“Yo he basado mi causa en Nada”). Pero las traducciones antiguas, fieles a la absurda gramática española, ponían en boca de Stirner: “Yo no he basado mi causa en Nada”. Exactamente lo contrario, como puede verse. Nunca se vio mejor ejemplo de traduttore traditore. La lógica de la lengua alemana se vio alterada por la ilógica traducción española que no es que la matizara, sino que la contradecía. Afortunadamente Stirner ya puede descansar tranquilo en su tumba; en las traducciones modernas dice lo que quiere decir: que ha basado su causa en Nada.
Etcétera, etcétera. Con una lengua llena de construcciones que aborrecen la lógica, que engullen al Yo excepto a la hora de responsabilizarle de su venida al mundo, ¿cómo iban a surgir una filosofía o una ciencia potentes? Mucho sentimiento, poco pensamiento. Pocos científicos, filósofos, músicos, por tanto; muchos literatos, pintores, predicadores. La influencia de la religión en la lengua lleva a esa carencia. El Yo mayúsculo reducido al yo minúsculo y luego a nada. I am a postman: Soy cartero. Permanentemente al parecer.

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