13 febrero 2017

Según para quién escribas, así sale

Parece evidente: no es lo mismo escribir literatura infantil que género negro, literatura erótica que folletín, ciencia ficción que novela histórica. El género literario que escoges determina el lector al que te diriges y por tanto el lenguaje que usas, los recursos que manejas, la mayor o menor audacia que te permites, etcétera.
Pero no quiero hablar de la obra publicada sino del paso necesariamente previo: de la obra escrita. Recién escrita e inédita. Al margen por completo del género, o mejor si carece de género, si se trata de una obra —larga o corta, es igual— de ésas que se llaman “literarias”. (Por cierto: notable género literario el que las editoriales catalogan como “literario”).
Hablo de lo que ahora se llama con poca fortuna beta reader para entendernos (?). Mejor llamarlo lector previo o primer lector. El primer lector, al que muestras tu manuscrito, sea poema, relato, capítulo de novela o lo que sea, a medida que vas escribiendo, antes de pensar siquiera en publicarlo. Generalmente un amigo, un familiar o preferiblemente un lector “laico” que no tenga nada personal que reprocharte o agradecerte y, si es posible, que apenas te conozca. Es incluso recomendable que ese primer lector de tu obra inédita no tenga demasiados conocimientos de teoría literaria. Sí gusto por la lectura, desde luego, pero no por el mundo —o más bien mundillo— de las pretendidas o pretenciosas superestructuras literarias.
A mí me ocurre con los talleres de escritura a los que acudo: según para cuál escribo, así sale. Ahora estoy yendo a varios, breves y gratuitos, y lo cierto es que la personalidad de cada profesor e incluso el clima de cada grupo de compañeros influye en el tono de lo que escribo. Experimento más o menos, soy más o menos osado en el uso de palabras y estructuras, más o menos exigente con mis textos (y, por tanto, conmigo mismo) según qué persona o personas sé que van a leer la primera presión en frío de la cosecha que exprimo.
Con mis novelas tuve lectores previos de algunos de los capítulos y de otros no. Una vez terminadas no las di a leer a nadie antes de publicarlas. Seguramente hacerlo las habría favorecido en cierto sentido, pero en otro las habría encorsetado. Cuando avanzas en la escritura de la novela (hablo de novelas sin género, “literarias”), no piensas en el lector. El lector en ese momento te importa un bledo. Así debe ser. Tú eres el lector, el único lector que te importa. Como tantas veces han dicho tantos novelistas, escribes o tratas de escribir la novela que te gustaría leer. Escribes en soledad. Tú y el papel. Tu amigo, el folio en blanco. Cuando escribes para nadie, escribes para la persona amada, aquélla que te lo permite todo, aquélla que no ve más allá de tus narices. De ahí sólo puede salir buena escritura, la mejor. No hablo de técnica, ésa la doy por supuesta. Hablo, una vez más, de verdad.
Si cuando escribía mis novelas hubiera estado pensando en qué iba a opinar este o aquel familiar, por ejemplo; en qué diría al leer mi texto y verse reflejado o ver reflejado a algún conocido común en tal o cual escena o en tal o cual personaje, habría estado vendido. Habría notado en la muñeca la garra áspera y metálica de las convenciones. La tinta se habría congelado con el aliento seco de las conveniencias. De las conveniencias ajenas, extraliterarias. La mejor novela se escribirá el día en que alguien se atreva a escribir como si nadie fuera a leerle.
Es bueno, con todo, tener primeros lectores a mano. Pero cuando empieces a tener demasiada confianza con ellos, o cuando ellos empiecen a tener demasiada confianza contigo, mejor consérvalos como amigos y cambia de primeros lectores.

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