28 octubre 2016

Arte, corrección política y tumbas

El arte tiene sus propias normas. La primera de ellas es no ceñirse a nada. Ni a la opinión ni a las leyes, ni al código penal ni a la vergüenza, ni a la bondad, ni a lo profano, ni a lo sagrado ni al lucero del alba. No ceñirse a nada más que a sí mismo. El arte se alimenta de su propia hambre. De la necesidad del artista; de su necesidad de expresarse como le plazca cuanto le plazca y le pese a quien le pese. Es el placer frente al pesar. Nada es tabú en el arte excepto la estrechez y nada es imperativo excepto la búsqueda y la extensión de la belleza.
Como en la regresía, hay un Index estético en la progresía, variable según la secta y la oportunidad, que dice lo que está bien o mal, lo que es arte proletario o burgués, o, en lenguaje moderno, arte progresista o lo contrario. Lo que se puede o debe leer o escuchar y lo que no. El ejemplo de los chinos prohibiendo a Beethoven en la Revolución cultural, o el de algunos trotskistas europeos que rechazaban el rock porque según ellos expresaba la decadencia burguesa (frente a la música clásica, que habría expresado el ascenso de la burguesía), son ejemplos cogidos a bote pronto de corsés herrumbrosos que pretenden comprimir las mentes de los artistas haciéndose pasar por amables abrazos. Y, de paso, crear degustadores de arte a dieta del plato único que sugiera el líder.

27 octubre 2016

Sylvia Plath y la naturaleza humana

El 27 de octubre de 1932, hace hoy ochenta y cuatro años, nació en Boston Sylvia Plath. El 11 de febrero de 1963, a los treinta años, acabó con su vida en su apartamento de Londres. Poco antes, ese mismo año, 1963, había publicado bajo seudónimo la novela La campana de cristal. Plath ya era conocida como poeta. La campana de cristal fue su única novela.
No es una obra efectista y eso la hace impactante. Junto con Cumbres borrascosas, El extranjero, Nada y, quizá, El guardián entre el centeno, La campana de cristal no deja una sola gota en el tintero de la emoción. Expone la esencia humana. Muchos autores, buenos autores, hablan de la condición humana. Muy pocos, entre los que se cuenta, por ejemplo, Dostoievski y, sin duda, Sylvia Plath, hablan de la esencia humana. Y cuando se habla de la esencia humana no se pueden hacer concesiones al pudor, ni tener pelos en la lengua, ni dejar piedra por remover en la cantera de los sentimientos. Porque eso somos fundamentalmente: sentimientos móviles, con algún pensamiento más o menos emboscado, más o menos inútil o más o menos práctico.
Entiendo por condición humana lo que tiene que ver con la existencia de la persona. Y entiendo por esencia humana lo que constituye la naturaleza de la persona: lo que le queda al ser humano cuando el contexto se desenfoca, cuando las circunstancias no son nada o casi nada, porque las emociones las anulan o casi las anulan. La condición humana es lo que le pasa a la persona. La naturaleza humana es la persona. Su esencia, que, al margen de la existencia, por encima o por debajo de ella, duele o complace. En el caso de Plath dolía tanto que se suicidó a los treinta años después de dejarles el desayuno preparado a sus dos niños.

14 octubre 2016

Todas las novelas son novelas de amor

Hace unos días, en un taller literario alguien preguntó si es verdad, como suele decirse, que sólo hay tres temas a la hora de escribir narrativa: la vida, el amor y la muerte. Sí; sólo ésos, y no son pocos. Claro que la vida es un término muy amplio, como dijo esa persona. También lo son el amor y la muerte aunque parezcan más específicos. Pero, hablando de la vida, dejar entrever si tiene sentido o sinsentido, si es dura o muelle, si es sagrada o engañosa; sugerir eso mediante personajes vivos justifica la narrativa, y en particular la novela.
Hay muchos temas que participan de uno de esos términos, o de dos, o de los tres: amistad, autoridad, infidelidad, relaciones familiares, rabia, odio, celos, exilio, desarraigo, tedio, satisfacción, venganza, etcétera. Pero esos temas, y todos los imaginables, son manifestaciones de alguno de los tres primarios. Vida, amor o muerte, o un cóctel más o menos agitado de entre ellos, es el poso que queda cuando se despeja la incógnita de la trama.
De todos modos, los temas de la vida y de la muerte parecen obvios. Pero ¿por qué el amor? ¿Qué tiene de especial, qué le hace superior al odio o a cualquier otro concepto que se refiera a los sentimientos, hasta el punto de compartir el monopolio de la narrativa con la vida y la muerte?

03 octubre 2016

Ególatras embusteros admirables

Siempre me ha sorprendido la admiración que provocan los escritores de ficción. Un hatajo de ególatras que se dedican a contar embustes y que, sin embargo, tienen seguidores que los deifican.
Es preciso tener una opinión exageradamente favorable de uno mismo para escribir y pretender, no sólo que te lean, sino que además te paguen por leerte. ¿Y qué estás contando a cambio de dinero y aplauso? Mentiras, cosas que jamás ocurrieron o que ocurrieron de otro modo; deformas la realidad, la dotas de un sentido que no tiene, la manipulas sin reparos. Un escritor es un farsante que no lo oculta, que se vanagloria de su habilidad para embaucar. Quien lo lee lo sabe; sabe que todo es falso, y prefiere que así sea.

02 octubre 2016

Harper Lee

Hace poco supe que Harper Lee había muerto a principios de este año, el 19 de febrero.
Es extraño cómo la noticia de su fallecimiento ha tenido menos repercusión en los medios que la publicación de su segunda novela, Ve y pon un centinela, que aún no he leído.
Me enteré de su muerte por casualidad. Estábamos en un taller literario hablando de los escritores sureños de Estados Unidos y surgió su nombre entre los de Steinbeck, Faulkner, Flannery O'Connor e incluso Truman Capote.
“Y Harper Lee —dije—, una escritora que era sureña; perdón, que es sureña, porque todavía vive”. “No —me dijo el compañero de al lado—, murió hace poco”. Efectivamente, me apresuré a comprobarlo. Murió. Matar un ruiseñor. Toda una vida para escribir una de las mejores novelas del sur.
Descansa en paz, Scout. Te lloramos.